Creo que tenía 6 o 7 años cuando a caballo recorría los prados de Acocancha con mi padre, la hacienda de mi abuelo se encuentra a más de 4500 metros s.n.m. en el departamento de Junín, entre cadenas montañosas y cerca del gran lago; parte de mis vacaciones escolares las pasé allí mientras mi abuelo vivía, lo demás las pasaba con mi padre acompañándolo por los campos sembrados de papas y maiz en toda la región pues trabajaba para el Agroban. Así nació mi amor por la naturaleza y la vida en el campo, a conocer y valorar la vida silvestre, acampar bajo la lluvia, no temer a la oscuridad, comer de la naturaleza, recorrer kilómetros sin descanso, a pescar con caña y sebo de “cuyucos” (gusanos de tierra), atrapar ranas, buscar huevos en el pajonal, a cazar con escopeta y rifle, a lazar reses, cuidar de los carneritos que la helada había dejado huérfanos, etc.
Con los años mi padre trabajó en Huasahuasi, la zona productora y reserva natural de papas más grande del país hasta hoy en día, mis vacaciones con él recorriendo cada rincón y chacras son inolvidables, su don de gentes y respeto al hacendado y al más humilde campesino, su facilidad de palabra en los grandes acontecimientos, la gratitud y las buenas maneras en todos sus actos son imborrables. Jubilado ya, retomó por un tiempo la conducción de la hacienda paterna ganándose la confianza de los pastores y las gentes del lugar, desde hace muchos años, décadas, ya no era el hijo de don Germán, donde quiera que fuera todos lo llamaban don Darío, conocedor de las artes ganaderas y agrícolas, pero sobre todo amigo sincero y leal, y los tenía a raudales a quienes siempre platicaba de sus nietos y ocurrencias, siempre preocupado por sus hijos a pesar que ya todos dejaron de ser niños, conversador incansable, crítico social y político que siempre daba gusto escuchar, como a un maestro en medio de sus pupilos; pero ya no está conmigo, con nosotros, partió al encuentro del señor y mi madre una fatídica madrugada, dejándonos un gran vacío y una senda que seguir.
Uno de mis hijos me preguntó en el sepelio “por qué los buenos siempre se tienen que ir?”, hasta hoy no encuentro una respuesta que darle, estoy seguro que entre todas las cosas su mayor frustración fue la de no dar a sus nietos su abrazo y regalo por navidad, pero ahora eso está de mi cargo, que no hay mejor regalo que el que nos dejó, su ejemplo cotidiano, noble y grande hasta el último día.
Honor y Lealtad, creo que esta frase resume en gran parte su vida, como todos los seres humanos, tenía sus imperfecciones, pero eran más sus bondades y son las que quiero recordar y mencionar, lector incansable, cumplidor de lo ofrecido, siempre primero en llegar y nunca dejar un trabajo a medio hacer, su don de gentes y respetuoso de las personas y tradiciones, creyente, noble y leal.
Misión cumplida don Darío.
Descansa en paz papá.
Lobo Gris
Oscar E. Agüero.
Con los años mi padre trabajó en Huasahuasi, la zona productora y reserva natural de papas más grande del país hasta hoy en día, mis vacaciones con él recorriendo cada rincón y chacras son inolvidables, su don de gentes y respeto al hacendado y al más humilde campesino, su facilidad de palabra en los grandes acontecimientos, la gratitud y las buenas maneras en todos sus actos son imborrables. Jubilado ya, retomó por un tiempo la conducción de la hacienda paterna ganándose la confianza de los pastores y las gentes del lugar, desde hace muchos años, décadas, ya no era el hijo de don Germán, donde quiera que fuera todos lo llamaban don Darío, conocedor de las artes ganaderas y agrícolas, pero sobre todo amigo sincero y leal, y los tenía a raudales a quienes siempre platicaba de sus nietos y ocurrencias, siempre preocupado por sus hijos a pesar que ya todos dejaron de ser niños, conversador incansable, crítico social y político que siempre daba gusto escuchar, como a un maestro en medio de sus pupilos; pero ya no está conmigo, con nosotros, partió al encuentro del señor y mi madre una fatídica madrugada, dejándonos un gran vacío y una senda que seguir.
Uno de mis hijos me preguntó en el sepelio “por qué los buenos siempre se tienen que ir?”, hasta hoy no encuentro una respuesta que darle, estoy seguro que entre todas las cosas su mayor frustración fue la de no dar a sus nietos su abrazo y regalo por navidad, pero ahora eso está de mi cargo, que no hay mejor regalo que el que nos dejó, su ejemplo cotidiano, noble y grande hasta el último día.
Honor y Lealtad, creo que esta frase resume en gran parte su vida, como todos los seres humanos, tenía sus imperfecciones, pero eran más sus bondades y son las que quiero recordar y mencionar, lector incansable, cumplidor de lo ofrecido, siempre primero en llegar y nunca dejar un trabajo a medio hacer, su don de gentes y respetuoso de las personas y tradiciones, creyente, noble y leal.
Misión cumplida don Darío.
Descansa en paz papá.
Lobo Gris
Oscar E. Agüero.